Tengo el gran honor de ser marplatense en tercera generación. Nací en Misiones y Tres de Febrero y al año me vine a vivir cerca del Sindicato, en Olazábal y 3 de Febrero. Este es mi barrio, mi vida. Acá me crié y acá he vivido mis años más lindos de juventud, hasta que me casé.
{¿Cómo era el barrio?}
El barrio multiplicaba vida. Los vecinos estaban muy comprometidos con su desarrollo y pensaban en cómo hacerlo crecer. En una palabra, los vecinos vivían el barrio. Por ejemplo, mi padre y un grupo de amigos fundaron el club del barrio, acá donde ahora funciona el Sindicato, en 25 de Mayo y Olazábal. Tenían un equipo de fútbol y decidieron fundar el Club Quilmes. Fueron tan visionarios y trabajadores que no sólo hicieron un equipo de fútbol, hicieron un club desde el vamos. Al poco tiempo se empezaron a hacer bailes, kermeses, se convocaba a las familias del barrio. Era el espíritu de la época. El vecino, necesariamente, se veía comprometido en la construcción de la identidad del barrio. Y el club era parte de esa identidad.
{Y ¿qué funcionaba en este lugar?}
Era el Club Ferroviario. El club Quilmes le alquiló, en la década del 20, parte de sus instalaciones para poder comenzar a desarrollar sus actividades, ya que las primeras reuniones se realizaron en la herrería de Pedro Duhalde, donde hoy funciona nuestro salón de actos. Tuvieron que pasar tres años para que esos vecinos decidieran comprarle la propiedad al Club Ferroviario.
El club fue la vida, allí se casaron mis padres. En el club me casé yo, tiempo después. Son dos ejemplos, imaginate qué significaba ésto para el vecino. El primer recuerdo que me viene de este lugar, que hoy es la sede de la familia lucifuercista, es cuando resbalaba en el salón de baile. El salón tenía dos tremendos espejos, las chicas más grandes me llevaban de la mano arrastrando por los pisos de pinotea. ¡Cómo nos gustaba patinar en ese lugar!
{Las vueltas de la vida te devolvieron al poco tiempo a este lugar, ya siendo sede del gremio. ¿Cómo ingresaste a la familia lucifuercista?}
Entré a trabajar en el año 55, gracias a mi tío que era empleado de la Usina y me anotó en el registro. Un día apareció en casa y me dijo: si querés trabajar en la Usina, date una vuelta por el sindicato. Vine aquí, me encontré con Hernández, me hizo una ficha, y al otro día por la mañana, empecé a trabajar. Había terminado el secundario un año antes. Desde ese día, los recuerdos se multiplican. Uno de los que más añoro es haber llegado a trabajar en la CESA, que creo que como escuela fue lo mejor. La disciplina, la responsabilidad y la sapiencia que había en los jefes en ese momento, considero que después no se repitió. Uno entraba a trabajar, te mandaban a realizar una tarea y te mostraban los por qué de las cosas, entonces uno hacía el trabajo con otra facilidad.
Y sí, ya se había superado la época en la que mi tío iba al puerto en tranvía y se llevaba la comida en la olla, sin horarios y sin un franco. El trabajador era respetado y había conciencia de protagonismo. Sabíamos que sólo siendo protagonistas nuestros derechos estaban a salvo. Y eso estaba acompañado por un sindicato que siempre tuvo una línea de trabajo, que nos hacía sentir orgullosos. Hay que recordar nombres como el Negro González, que era toda una institución para la familia lucifuercista.
Hoy puedo decir que por el Sindicato tengo un departamento en Bolívar e Independencia. El tesón que nuestros dirigentes pusieron permitió que se consiguieran unos préstamos que nos permitieron tener la vivienda. Los nombres se multiplican, Enzo Cionfrini, Elena Capalbo, personas con las que uno compartía todo el día el trabajo y sabíamos que tipo de gente era. Enzo, por ejemplo, era un tipo excepcional, franco, recto ciento por ciento, muy convencido de sus ideales. Ésa era la gente que estaba frente del gremio.
Claro. Recuerdo las primeras veces que salíamos a la calle, cuando no era normal este reclamo. Caminábamos por Luro, del gremio hasta la municipalidad. Fue impactante, tener que salir a la calle, que la gente lo viera a uno. Pero lo decidimos en asamblea y allá estábamos todos. Recuerdo una movilización, en el 67, que fue convocada contra la política económica de la dictadura. Allí comprendí que el sindicato se convertía en una de las cosas más importantes de mi vida. El sindicalismo tiene que ser eso, sencillamente porque defiende el derecho de todos los trabajadores, aunque muchos sindicalistas en los últimos tiempos hayan cambiado sus ropas. Yo trabajé, pude construirme un techo, crié a mi familia, a mis hijos. Lo logré porque tuve un trabajo digno. Hoy tengo una jubilación digna y eso se lo debo a mi gremio.
{¿Y cómo describirías la situación laboral en esos años?}
Mirá, yo de la CESA pasé a Agua y Energía y luego me jubilé en ESEBA. Yo entré en comercial. Cuando pasé a Agua y Energía, me desempeñé en el área de contabilización de recaudaciones. Yo me jubilé en esa sección. La previsibilidad y el ascenso eran moneda corriente. A medida que avanzabas te aumentaban de categoría hasta que llegabas a la jefatura de la sección. Había chicos que entraban a la empresa de pantalón corto, desempeñando tareas de cadetes y se jubilaban como jefes de sección. Vos hacías carrera allí. La seguridad del trabajo jamás era puesta en duda, yo entré en el 55 y me jubilé en el 92 y nunca se me pasó por la cabeza de que me podían despedir.
{¿Cómo recordás la relación entre compañeros?}
Inolvidable. Siempre teníamos un motivo para juntarnos a cenar y había mucho compañerismo. Yo tuve una gran satisfacción al poco tiempo de entrar a Agua y Energía, de mis propias compañeras. Nosotros teníamos esa sección, contabilización de recaudaciones y el paso normal era la sección que controlaba toda la parte de cobranza. Cuando pasamos a Agua y Energía, esa sección quedo media descalabrada, hasta que la armaron de nuevo como contabilización de recaudaciones, y yo tenía que ir a trabajar a contaduría a la oficina Sarmiento. Pero me dejaron a préstamo dos meses en Pueyrredón para que orientara a las personas. Al crear una sección nueva quedé como jefa de recaudaciones. Cualquiera de las chicas que se desempeñaba en la sección que controlaba toda la cobranza pudo haber reclamado ese puesto, y eran siete u ocho. Eran más antiguas que yo, todas eran capaces para hacerlo, pero como yo esa actividad la venía desempeñando durante casi 2 años en CESA, ninguna reclamó, aunque legalmente hubieran tenido el derecho a hacerlo. Era una señal no tan sólo de la solidaridad y el compañerismo que existía, sino también de las responsabilidades que teníamos en aquellos años.
{¿Cómo fueron los últimos años de tu trabajo?}
Los tres últimos meses fueron muy difíciles. Había un cambio en jefatura y eso comenzó a transmitirse a todos los trabajadores. Comenzaban las divisiones entre compañeros y se atacó especialmente a esa solidaridad que era tan característica en los trabajadores lucifuercistas. Empezaba a reflejarse lo que se venía, la privatización del servicio.
{Seguramente muchos jóvenes trabajadores lean esta entrevista, quizás entre ellos estén los 30 compañeros que se sumarán durante mayo al plantel de EDEA, ¿qué mensaje les dejarías?}
El consejo que les dejaría es que trabajen por un gremio unido porque es la única manera de conseguir logros. Individualmente no se consigue nada.
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{{{Lidia deportista}}}
{¿Por qué elegiste el básquet femenino?}
Me atrajo de muy chica, en el 47, cuando se inauguró la cancha de básquet del club, vi por primera vez mujeres jugando al básquet y me atrapó la posibilidad de practicarlo. Pero también influyó mucho que mi padre fuera dirigente del club. Mi hermano empezó a practicar básquet inmediatamente, y yo después. Vivíamos en el club, era muy difícil no apasionarse. Era básquet todas las noches, o jugaban las chicas, o jugaban los muchachos o entrenábamos, era imposible no motivarse. El único descanso que teníamos eran los sábados y los domingos cuando íbamos al cine.
{¿Cuándo empezaste a jugar?}
En el 49, tenía 13 años. Las chicas que jugaban me veían todos los días. Hasta que una se acercó y me dijo: ¿y vos qué esperás para jugar?. Fue así como empecé. Enseguida entré jugando, y bien, gracias a Dios. Me fue muy bien y tuve la posibilidad de representar a la Selección de mi ciudad. Pero lo que más recuerdo fue la amistad que logré construir con mis compañeras, pero también con las compañeras de los equipos rivales. Eso me permitió, en la década pasada, seguir practicando básquet con un grupo de aquellas compañeras de equipo, pero también con las viejas rivales. Durante un tiempito alquilábamos la cancha del gremio para jugar.
{¿Cómo compatibilizabas este amor al básquet con tu trabajo?}
Yo entrenaba casi todos los días después de trabajar. ¡Era un esfuerzo que uno hacía con tanta pasión!.. Yo siempre recuerdo que las primeras chicas que empezaron a jugar en Quilmes, eran de la zona de Roca y Catamarca. Si no tomaban el 9 de Julio que salía de la esquina del gremio, se quedaban a pie. Salían a los tiros de los entrenamientos porque sabían que era el último colectivo. Lo mismo que si íbamos a jugar al piso de deportes donde dependíamos del tranvía, porque los colectivos en invierno no pasaban por la costa.
{Cuando los compromisos deportivos lo exigían, por ejemplo representar a la Selección, ¿cómo arreglabas el tema de la asistencia al trabajo?}
En eso eran muy humanos, nunca tuvieron problema, respetaban mucho lo que hacía. Y si no participaba en una competencia era porque no me animaba a pedir los días. Si uno pedía los días se los daban.