Cuando retorno de algún viaje que ha sido placentero, siempre evoco imágenes, canciones, perfumes, sabores, como una forma de retornar adonde uno ha disfrutado.
Haber estado en la Plaza de la Revolución en La Habana el 1º de Mayo es una experiencia difícil de olvidar, pues no es solamente la expresión popular de un día sino la síntesis de cómo vive y siente un pueblo.
Durante toda la noche anterior al acto, que comenzaba a las 8 de la mañana, fue difícil dormir, pues en las calles el ruido de motores de ómnibus y camiones fue persistente, un par de veces me levanté de mi cama a observar ese constante ir y venir ciudadano, esa sensación de gran movilización, de cosa organizada, se presentía.
Por la televisión había escuchado que los jóvenes se concentraban en la universidad y marchaban a las 2 de la mañana a la plaza a situarse en primera fila. ¿Qué van a hacer tantas horas en la plaza? pensé. Pues bien, mucha música y baile, charlas, debates, según después pude constatar.
Entonces, es tiempo de discursos y allí están el secretario de la Central de trabajadores, luego habla el argentino Atilio Borón y se suceden un salvadoreño, un nicaragüense, un norteamericano pariente de una de las víctimas de las torres gemelas; también estuvieron presentes dirigentes de CTA, Evo Morales… Entre palabra y palabra suben al escenario un conjunto de danzas que con su colorido maravillan a los que podemos llegar a verlos. Luego, 3 cantantes cubanos, con una orquesta colmada de violines, interpreta “el dulce abismo” de Silvio Rodríguez (quien habló en el acto en nombre de los artistas). La música embriaga el aire suavemente… nos acaricia.
Roberto Scarinci