Empezó como delegado gremial allá por los 70, durante la dictadura su integridad peligró una y mil veces por no claudicar; que por esa hombría de bien, por esa forma genuina de hacer gremialismo y política empezó desde la base, afrontó la persecución sin doblegarse y terminó como titular de ATE Capital.
Estuvo preso por la defensa de estos valores, fue respetado y admirado por amigos y adversarios; crió ocho hijos a quienes les dejó no sólo el afecto de padre, sino también el modelo de quien peleó en condiciones desiguales contra una enfermedad mil veces más fuerte que su cuerpo, pero no tanto como su voluntad.
Tras ser electo diputado nacional en 1.989, jamás se sometió a la verticalidad servil de quienes dejan de representar al pueblo para acatar el mandato de los grupúsculos del poder y sus internas. Denunció las consecuencias de las privatizacio-nes de Aerolíneas y ENTEL y criticó sin medias tintas la insensibilidad, el lujo y la exhibición impúdica de los nuevos ricos de la política. Era un político imaginativo e inteligente en la búsqueda de consenso y entendimiento; que cuando confrontaba lo hacía por sus convicciones y no por acumular poder.
El 13 de julio de 1993, a los 38 años, y luego de más de veinte operaciones, falleció en el Hospital Italiano de la Capital Federal. Con su muerte, la democracia perdió a uno de los dirigentes jóvenes del campo sindical y político social.
Germán Abdala hoy es un testimonio de la política Argentina más allá de aquéllos que piensan que las ideologías están muertas, y pese a que lo que abunden sean dirigentes traidores y corruptos. Dirigente de raza, abrazó sus creencias con la misma pasión que abrazó su vida hasta el último segundo, y nos dejó a todos, sin lugar a dudas, una lección de vida, de militancia y coherencia ideológica.