“En aquellos años, en Córdoba, cuando había una información importante, tocaban una sirena en toda la ciudad. Recuerdo que ese día íbamos por la calle con mi abuelo. Como no llevaba los lentes, me dijo: ¿por que no te fijás qué dice el diario? En ese momento nos enteramos que había empezado la Segunda Guerra Mundial”, recordó José.
La familia Murgía se instaló en una casita en Corrientes y Gaboto, al lado del Club Florida. Allí, por esas cosas azarosas de la vida, Pepe comenzaría a relacionarse con los que serían sus compañeros de militancia y de trabajo. También de chiquito, convertiría en espacio de sus juegos lo que sería, años más tarde, su lugar de trabajo por 45 años: la Usina del Puerto.
“Yo era muy andariego de niño. Y la Usina siempre me llamó la atención, como a la mayoría de los chicos del barrio. En esos años, en vez de quemar petróleo, se quemaba maíz. Fíjese, había tanto maíz y trigo que lo quemaban en la Usina”, resalta José.
{{{El comienzo de una historia de amor.}}}
“Las cosas del destino… A mí me hizo entrar la policía en la Usina del Puerto.. Sí, de no creer”, sonríe Pepe. “Terminé el servicio militar en Córdoba, en el mes de marzo del 53. Me acuerdo de ese día como si fuese ahora. Íbamos en el tren, de vuelta para Mar del Plata, y un hombre me dijo ¿te enteraste pibe que se murió StaliNº Yo no sabía de política, ni de nada y lo primero que me salió fue un ¿quiéNº Ya en Mar del Plata, lo primero que hice fue irme a la playa, a ver algunas chicas. Estaba en las playas del centro, muy tranquilo, cuando se me acercó el comisario De la Sota, ¿qué hace muchacho?,¿usted no tendría que estar buscando trabajo?, me dijo. Yo le conté que ya me había anotado en la bolsa para entrar en la Usina del Puerto. A la semana me llamaron para sumarme a trabajar. Después me entere que el comisario había llamado para que vieran la posibilidad de apurar mi ingreso. Lo hizo para que no anduviera en la calle y porque me conocía, yo era bastante vago.”
{{{Los negros del Puerto.}}}
“La relación con los compañeros de la Usina era la mejor del mundo. Éramos 300, pero que pensábamos y actuábamos como uno. Recuerdo que una vez declaramos una huelga y marchamos de la Central Puerto al sindicato. Todos cerraban las ventanas y nos espiaban por las mirillas. Ahí íbamos caminando, todos, los 300, los negros del Puerto.”
Los nombres de los compañeros de aquellos años empiezan a multiplicarse en la voz de Pepe. Aparecen Reyna y Bonecco, que el primer día de trabajo lo afiliaron al sindicato y al poco tiempo lo sumaron al Partido Comunista. Brunetto, el Petiso Spoletti, el Negro Giménez (al que le decían el Perro Muerto), Molina, compañeros que traspasaron los muros de la Usina para transitar la vida, para transformarla.
“Cuando había algún compañero que no cobraba la bonificación, el delegado juntaba las monedas entre todos y ese día, iba a la casa del compañero, y le decía, acá tenés. Eso era normal,” remarcó Pepe.
Cuando José decide afiliarse al Partido Comunista, la Libertadora (Fusiladora) terminaba con el segundo gobierno de Perón. Comenzaban años de ebullición social y de mucho compromiso para Pepe y su mujer.
“El primer día que entró la Libertadora, los milicos rodearon la Usina del Puerto, entraron y nos sacaron a todos al patio. Uno de los delegados de ese tiempo, Barrionuevo, increpó al militar que estaba a cargo del operativo diciéndole: ¿por qué nos ponen acá, como sí fuésemos corderos? Acá hay trabajadores. Y el compañero nos dio la orden de que volviéramos a nuestros lugares de trabajo. La respuesta de los milicos duró unos minutos. Cuando menos lo esperamos metieron una tanqueta en el patio. Nosotros no reculamos y respetamos la orden del compañero delegado”.
Al otro día, la orden fue bombardear. “Escuchamos un avión, y salimos todos a mirar. Era el avión que tenía la orden de tirar una bomba en el tanque de petróleo de la Central 9 de Julio. Era la primera vez que la muerte me pasaba tan cerca,” aseguró Pepe.
{{{Cuidándole la espalda a Tosco.}}}
Cuando Agustín Tosco estuvo en Mar del Plata, luego de una larga estadía en la cárcel, Pepe tuvo la responsabilidad de acompañar al Gringo, durante su estadía en la ciudad.
“Agustín paraba en el hotel Miami. Lo fuimos a buscar con un grupo de compañeros. Estaba Bonecco, Hansen, el gordo De Felipe. Cuando nos encontramos, Tosco se dirige a Bonecco y le dice, Bonecco,¿cómo no te va a reconocer la policía?, si hasta la valija tenés colorada”.
“Ese día el Gringo dio una conferencia en el cine San Martín. Con Chiche Escudero, quien estaba al frente de la juventud del Partido Comunista, organizamos un encuentro que será difícil de olvidar para el grupo de militantes que estábamos ahí.”
“Sin dudas, allí estaba lo mejor del sindicalismo argentino”, no teme equivocarse Pepe, y lo fundamenta con otra anécdota, donde trae a otro compañero de ruta de Tosco, otro de los motores del Cordobazo, Felipe Alberti.
“Estábamos en plena dictadura. Felipe venía escapando y se decía que estaba en Mar del Plata. Un día, con mi mujer estábamos en la Clínica de Fracturas cuando, de pronto, escucho la voz de un cordobés. Le dije a mi mujer, esta es la voz de Felipe. Me asomé y pasó, con una gorra. Me miró y siguió. Yo no le dije nada. De golpe se dio media vuelta y me dijo: Compañero, no me puedo ir sin saludarlo. Ese día Felipe se rajaba, perseguido, de Mar del Plata. Él estaba trabajando de noche en una panadería.”
Tiempos de lealtades, de hombres que creían en la construcción del Hombre Nuevo. Tiempo de una Argentina que parecía posible desde la solidaridad.
“Dos días después del Cordobazo, el sindicato nos envía a dos compañeros a Córdoba. Cuando íbamos llegando a la provincia, se nos acerca uno de los choferes y nos pregunta si somos sindicalistas. Cuando le confirmamos que sí nos dijo: los vamos a dejar en la entrada, no van a ir con nosotros, porque los está esperando la cana”.
{{{La huelga de los 13 días.}}}
En abril de 1960, Luz y Fuerza denuncia el Convenio de Trabajo del sector, pero Agua y Energía Eléctrica hace oídos sordos al pedido de paritaria. Ante la falta de respuestas el 28 Congreso de la FATLYF decide un quite de colaboración al que se suman en un a primera instancia, por no tener en claro como aplicar la decisión, Capital Federal, Rosario y Córdoba. En una reunión de secretarios generales se notifica de la medida y se la amplia destacando que los trabajadores no realizarán horas extras, se opondrán a los traslados y rechazarán modificaciones horarias.
El 21 de setiembre el ministro de Economía Álvaro Alsogaray entra en el conflicto. Respondió al reclamo de los trabajadores cerrando acuerdos parciales, como por ejemplo con Luz y Fuerza de Capital Federal, donde se prometía un aumento desde el congelamiento de vacantes y la reducción de bonificaciones retributivas.
En nuestra ciudad, el Sindicato de Luz y Fuerza Mar del Plata, en un extenso documento, repudia la decisión asegurando que con esta política se pretende retrotraer a los trabajadores a épocas ya superadas, social y económicamente: se pretende hacer creer en nuestra incapacidad, para así justificar la entrega total de los servicios públicos, de nuestra energía, a capitales extranjeros, que han causado tanto daño al país… 1960, toda una profecía.
“Fue una huelga por trece días con abandono total del servicio. A fines de agosto del 60, la Divisional de Agua y Energía quiso romper con la resolución del 28 Congreso trasladando gente de Pueyrredón a la Central Puerto. Todos se opusieron y no quedó nadie. Las guardias se escondieron. Y el paro se extendió a las Centrales Puerto y 9 de Julio”, detalla Pepe.
“Recuerdo que las asambleas se hacían en la cancha de pelota paleta del gremio, llegamos a meter a más de 1.000 personas. La empresa suspendió los 5 trabajadores de la Central Puyrredón, por negarse al traslado, y nosotros endurecimos las medidas. Hicimos movilizaciones imponentes por el centro de la ciudad, ratificamos el paro y vaciamos de trabajadores las centrales. Las medidas coincidieron con las de otros gremios, como los de la construcción, por lo que la acción tomó más fuerza”, resalta Pepe, quien recordó que los laburantes tuvieron que aguantar la represión policial y detenciones, hasta una solicitada de la empresa convocando a maquinistas, técnicos, tableristas, electricistas y obreros de actividades afines a incorporarse a la Central 9 de Julio.
“Nosotros no dimos el brazo a torcer, ya nos habían querido meter a gente de otro lado para mantener el servicio. Nosotros no aflojamos. Pero la FATLyF empezó a presionarnos para que bajemos la huelga. No se podía creer: habíamos recibido, en esos días, solidaridad de todo el país. En el Congreso, la FATLyF anuló las medidas de colaboración que se habían dispuesto en ese mismo espacio y nos aconseja, entre comillas, levantar el paro, acatando los traslados. De no creer. Además, nos descontaron los 13 días de huelga. Era una de las tantas veces donde la FATLyF nos dejaba en banda.”
{{{Recuerdos del 76.}}}
24 de marzo de 1976, los militares se aprestaban a dar su golpe más siniestro. El golpe que no sólo se llevaría vidas, sino la Argentina posible. “Yo era el delegado general de la Usina”, recuerda Pepe, “los milicos volvieron a rodear la Usina. Y con los compañeros decidimos movilizarnos. Los tipos nos decían que no nos moviéramos porque iban a disparar. ¡Que van a disparar, les vamos a meter las ametralladoras en el culo!, les dijimos.. Y salimos”.
“Ese día, nos llevaron al cuartel. Estaba todo oscuro, yo pensé que de ésta no zafaba. Al final ocurrió el milagro y fue por el coronel Costa, que nos recibió. Recuerdo que, en un momento de una charla que mantuvimos, nos dijo, ¿saben qué es lo que pasa muchachos?, este país tiene un solo enemigo, se llama Martínez de Hoz. Al poco tiempo a ese tipo lo borraron del ejército.“
“Fueron años muy difíciles, en el 81 me cesantearon; 7 años pasaron hasta que me reincorporé en la empresa.” En esos años, Pepe se desempeñó en el club de Luz y Fuerza.
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{{{Su otro amor, Mara}}}
“Mi mujer es una luchadora. Yo por ella me afilié al Partido Comunista y fue por ella que di mi vida al sindicato, siempre me bancó”, resume Pepe y se anima a una confesión, “¿querés que te cuente como la conocí? Con un amigo estábamos charlando en la calle 90 y 12 de Octubre, cuando la vi pasar; lo primero que se me ocurrió decir fue ¡qué lindas piernas!.. ¡Vos estás loco!, dijo mi amigo. Claro, Mara tenía 12 años. Tres años después, me la volví a encontrar. Yo estaba en el techo de la Usina cuando ella pasó y le grité, buen día Mara, si no me saluda me mato.. ¡Matáte!, me dijo, y yo le conteste: ya te vas a casar conmigo y me la vas a pagar… Hace 47 años que estamos juntos”, selló Pepe.
Mara no hace más que ratificarlo. “Hace unos años que Pepe viene llevando una enfermedad. Cuando se bajonea, le recuerdo una promesa en donde nos aseguramos jamás dejarnos solos. Eso le devuelve la alegría y la fuerza”.