{{{Aquellos viejos tiempos.}}}
Para Alfredo Peppe y Calabrese existieron años dorados. «Eran los tiempos en donde la familia lucifuercista superaba las 500 personas y era una familia en serio. Éramos tantos, pero el clima de camaradería era único», resalta Alfredo.
Luis busca reafirmar las palabras de Alfredo con una anécdota, «mirá, la vieja sede del gremio estaba en Necochea al 600. La estructura fue levantada a pulmón por los trabajadores, destinando horas fuera de laburo. Se trabajaba en la empresa de 6 a 13 y a las 14 estaban los compañeros levantando las paredes del gremio. ¡Mirá si no era una familia!». Y suma un dato más desde el recuerdo, «fijate cual sería la relación, que un grupo de compañeros decidieron comprarse una casa quinta en San Clemente». «La Víbora Enroscada» aporta el nombre Calabrese y Luis completa «las familias se turnaban para juntos pasar las vacaciones».
{{{Cantate una serenata.}}}
«Las fiestas de fin de año se vivían con mucho entusiasmo. Los compañeros salían a dar serenatas. Recorrían las casas de los compañeros, se guitarreaba y enseguida se armaba el bailongo en la calle», recuerda Luis. Calabrese apunta, «recuerdo que una vez un jefe de planta, Baigorria, me dio una serenata, porque la mecánica era la siguiente: uno iba, le tocaba la serenata al compañero y éste le abría y lo convidaba a brindar. Yo descubrí que era Baigorria y no le contestaba, y él ¡meta que meta a la serenata!. No le quedó otra que tocar el timbre.» La risa se extendió nuevamente por el lugar. Risa cómplice y sincera.
Si faltaba una anécdota más para remarcar la relación entre los trabajadores por aquellos años, Luis aporta un dato, «en las fiestas o encuentros del sindicato, nadie se sentaba hasta que se llevaba la comida a la gente que estaba de guardia».
El recuerdo gastronómico le trajo, a Alfredo, otro. Uno que habla de la relación entre los trabajadores y los usuarios. «En los 60, el servicio eléctrico lo brindaba una cooperativa, y había luz hasta las 12 de la noche, momento en que Dolores quedaba a oscuras. Dicen que un sábado, 12 menos cuarto de la noche, llaman del barrio La Estación y le piden a los compañeros, si pueden dar una hora más de luz, ya que se estaba en plena fiesta, en un cumpleaños de un vecino, ¡cómo no, damos luz nomás!.., dijeron los compañeros. En agradecimiento, los vecinos trajeron comida como para ocho días.”
«En ese tiempo», recuerda Calabrese, «se alimentaba a Labardén, General Guido, Maipú, Chascomús. Dolores era un centro importante de distribución, donde, además, se atendía todos los reclamos, que se enviaban a La Plata».
{{{La oscura privatización.}}}
«Había que atomizar al trabajador, enfrentarlo. Que el usuario le desconfiara. Todo eso era necesario para privatizar», aseguró María, viuda de Walter Raúl Tonkovich, antiguo jefe, que arrancó de ordenanza, y que transitó en el recuerdo de todos durante la entrevista. Con la privatización, la relación de respeto entre jefes y trabajadores, también desaparecería.
«La privatización empezó a mellar el espíritu de la familia lucifuercista», acota Alfredo, «imaginate que de golpe quedaron más de 60 compañeros afuera».
«Además», continua el compañero, «se empezó a jubilar gente linda, con personalidad, constructora de esas redes de solidaridad y compañerismo que describíamos antes, y empezaron a llegar las nuevas generaciones que se tuvieron que adaptar a las nuevas condiciones laborales».
María asegura que el proceso se inicia por lo menos cuatro años antes de la privatización con ESEBA, «en esos años empezaron con los despidos encubiertos en retiros voluntarios». «Y a muchos se les hizo sentir la culpa de haber llegado a los 50 años», aporta Juan Carlos.
«Fueron momentos de muchas presiones por parte de jefes y, de los que se decían compañeros, que nos insistían en que firmáramos los retiros porque no quedaba nadie, que me echen les decía, el juicio que se van a comer», detalla Alfredo. «Es el día de hoy que sigo trabajando», revela.
«Psicológicamente nos iban destruyendo» revela Javier. «Volvíamos un lunes al trabajo y las noticias de pasillos eran cada vez más pesadas, que nos privatizan, que echan 20 compañeros, que echan 100, que no queda nadie, agarrá el retiro. Cuatro años con este mecanismo, llega un momento donde pensás que si nos quieren echar que nos echen.»
«Lo más vergonzoso», continúa Javier, «es que nos enteramos por la radio quién quedaba y quién no. Ese día nadie comió, recorríamos las casas de los compañeros que habían echado, fue terrible.»
«No hubo preparación», quiere resaltar Pepe, «imaginate, compañeros que después de 30 años de trabajo, se enteran por la radio que ya no laburan más, vas a tu lugar de trabajo y no te deja entrar la policía, ¡algo de locos!»
{{{La esperanza.}}}
¿Era posible superar tanto dolor? ¿El que se amasa con la pérdida de la previsibilidad del trabajo. Con la implosión del compañerismo. Con el fin de la historia?
«Existieron tres causas que en un momento, a un grupo numeroso de compañeros, nos llevó a tomar la decisión de pasarnos a Luz y Fuerza Mar del Plata», afirma Calabrese, pero es acompañado en la construcción por casi todos los compañeros. «Una es la decisión de Juan Baliani de sumarse al gremio. Juan es un luchador, que siempre fue de frente, y saber que él ya había resuelto pasarse, hizo más fácil nuestra decisión. Por otro lado, estábamos cansados del verso. Y por último, pasábamos a un gremio chico, pero luchador, que jamás dejó en banda a los trabajadores».
Luis se larga solo, «Luz y Fuerza Mar del Plata es uno de los pocos sindicato que lucha por el obrero. Si vos estás en problemas, el sindicato le mete para adelante, no afloja. Es como si te devolviera la conciencia de los viejos tiempos. Es por eso que nos consideran las ovejas negras».
«A mí Mar del Plata me inspiró confianza cuando, sin ser afiliado y estando de vacaciones en Mar del Plata, hace 20 años, mi señora estaba embarazada y tuvo que atenderse. El sindicato se encargó de todo, sin preguntarme si estaba afiliado», reseñó Juan Carlos.
«Hoy sabemos que hay compañeros en este sindicato que dan todo por el laburante; y eso, a pesar de que los tiempos siguen siendo difíciles, da tranquilidad».
Apareció Baliani y nos arrojó una sonrisa cómplice. “¿Cómo fue todo?”, preguntó sin abandonar la sonrisa. Falta usted Juan, le contestamos y todos se preparan para escucharlo. Pero ésta es una historia que nos esperará en otro número.