La marcha histórica de la humanidad crea cambios profundos en la organización social y política de los sistemas sociales. Cuando la teoría no incorpora esos cambios, la lucha de los pueblos se vuelve equívoca, se retrasa la formación del sujeto histórico. Es lo que nos está pasando, un retraso en la teoría de masas. El sistema capitalista, como sistema dominante, presenta esencialmente dos características que se expanden universalmente.
El desarrollo de las fuerzas productivas desembocó en la automatización de la producción y una nueva forma de trabajo, el trabajo intelectual, llevando a la contradicción tradicional entre socialización de la producción y apropiación privada del trabajo excedente -relación de alienación- a un punto que no tiene retorno en el capitalismo.
Se inscribe el capítulo más crítico del sistema cuando se opone a las características más esenciales de la modernidad. La lógica de la valorización del capital llega a un punto tal que niega esas relaciones que mantenía con la modernidad, fuente de su propia creación.
Entra en contradicción con los Estados nacionales, su relación con la sociedad civil y el concepto de soberanía. Sobre todo con la clase trabajadora, que se desarrollaba en el marco de un modelo de acumulación extensivo, que generaba la plusvalía y la ley del valor, determinando qué parte correspondía para que el capital fuera valorizado y qué parte al salario.
Empieza a llegar a su punto final con el trabajo intelectual. Del mismo modo que cuando el mecanicismo hizo que la propiedad privada tuviese carácter real, por la separación definitiva del trabajador de los medios de producción. Porque el trabajo intelectual se corresponde con un número de trabajadores cada vez menor con relación a la unidad de capital empleado. Hay un cambio esencial, que va a explicar gran parte de la discusión teórica que hoy existe en torno del capitalismo. Si ha dejado de ser imperialismo o si estamos en una etapa nueva de la evolución de un sistema que niega al ser humano y que hace de la producción un proceso de acumulación cada día más centralizada, a los efectos de compensar una crisis que es propia de esa misma centralización. Por primera vez en la historia de una sociedad dividida en clases, el obrero se apropia de lo que produce durante la jornada de trabajo.
El trabajador poseedor de la capacidad intelectual se apropia del conocimiento que produce y, por lo tanto, reproduce en ese mismo acto la capacidad productiva de su fuerza de trabajo. Esto significa que el capital ya no puede poner bajo su órbita a la organización de los medios de producción. Esto es una tendencia. Pero mientras las relaciones de producción sean relaciones capitalistas de producción, la plusvalía y la ley del valor seguirán expandiéndose de manera artificial, en forma de coerción económica propia del sistema feudal. En el punto mismo en que se generaliza el trabajo intelectual, el capital no puede impedir que los trabajadores, propietarios de esa capacidad intelectual, pongan bajo su control los medios de producción. Porque hay un producto que técnicamente se transforma en inapropiable. Son nuevas relaciones de trabajo, que van horadando las leyes orgánicas que sostenían históricamente al sistema capitalista como sistema histórico.