Hace 30 años Argentina crecía, tenía sueños. El mundo la miraba y hablaba de ella. La destacaba en el marco de un continente que no sabía más que de postergaciones y avasallamientos.
Hace 30 años, cuando se hablaba de la Argentina, no sólo se mencionaba sus campos y sus vacas. Se hablaba de su industria en crecimiento, de su movimiento obrero, de su educación, de sus científicos. De una sociedad que -a pesar de todo esto y del momento histórico- discutía apasionadamente sobre cómo lograr un mundo mejor.
Hace 30 años también, la imposición, desde el terror y la muerte, de la dictadura más siniestra implementada en América, arrasó con los sueños.
Para el neoliberalismo, Argentina no podía ser un país justo.
30 años pasaron para que, como sociedad, empezáramos a entender las consecuencias. Tuvimos que morder el polvo para que, como la mayoría, aplaudiéramos a rabiar la declaración de inconstitucionalidad de las leyes ciegas de la democracia (Obediencia Debida y Punto Final). Para que reclamáramos, al unísono, que ningún represor quede sin castigo. Para que nos volviéramos a emocionar con el hijo de desaparecidos Nº 82 al que las Abuelas le devolvieron la identidad.
Para darnos cuenta que podíamos volver a soñar, como hace 30 años, juntos, desde la diversidad, por un país más justo.