Trabajemos sobre más datos: la pobreza y la indigencia crecen, la tasa de desempleo sigue por encima de la de fines de los 90, la informalidad laboral no se reduce, el ingreso promedio de los argentinos sigue siendo más bajo que la línea de pobreza.
Y las razones de la injusticia están en el reparto de los ingresos. Mientras Repsol YPF anunció un crecimiento de más del 30 por ciento en el 2005 y Telefónica de un 40 -por poner sólo dos ejemplos- los salarios no terminan de alcanzar la canasta básica para sobrevivir. En síntesis, en un contexto de reanimación de actividad económica, la distribución se hace más regresiva aún. Los beneficiarios siguen siendo los mismos de los 90. La caída desigual del poder adquisitivo de los asalariados y la pérdida aún mayor de aquéllos que dependen de los planes laborales que permanecen casi sin ajuste (se les elevó en no más de 50 pesos el ingreso con el cambio de plan), o que no tienen ingreso alguno, son evidencias notorias al respecto.
En un trabajo escrito el año pasado, Claudio Lozano, diputado nacional y dirigente de la CTA, aseguró que “Argentina, a diferencia de otros países, tiene condiciones objetivas para resolver la desigualdad vigente. Con sólo redistribuir el 13,5% del consumo de los hogares desaparecería la pobreza de nuestro país. Redistribuyendo el 2,4% desaparecería la indigencia”. La pregunta es, ¿qué detiene a este gobierno de discurso arrollador, de verba decidida, que en la práctica parece profundizar las políticas más conservadoras de los 90?.
Es indudable que los mecanismos de transferencia de ingresos deben modificarse. Acá reside el valor agregado de una nueva política económica. Política que se siente en un proyecto productivo, que amplíe el mercado interno en base al consumo popular, abriendo nuevas oportunidades de negocios. Un proyecto productivo que, necesariamente, debe inscribirse en un escenario de complementa-riedad en la región Mercosur. Una decisión que fortalecerá cualquier paso, que lo hará difícil de torcer.
El espejismo de la desocupación por debajo de los 2 dígitos.
Un informe realizado desde la CTA indica que aún teniendo un contexto ininterrumpido de 10 años de crecimiento, desde esta perspectiva económica la tasa de desocupación estará por encima de los dos dígitos. ¿Cómo es esto, si el gobierno ya esta anunciando un fin de gestión en el 2007 por debajo de los 2 dígitos? Simplemente debemos detenernos en el soporte gubernamental de estas mediciones: los planes sociales. Algo poco serio, en términos de organización deseable de la sociedad, entender como ocupados a aquéllos que perciben poco más de $ 200. O mejor dicho, un dato real que pinta la precariedad (o realidad) del crecimiento del empleo.
{{{El empleo no le pone freno a la pobreza.}}}
Considerar a los beneficiarios de los planes sociales como población activa, con ingresos apenas superiores a los 200 pesos, es una respuesta inmediata a la pregunta de por qué la generación de empleo -según la óptica oficial- no detiene la pobreza y la indigencia en nuestro país. “Números mentirosos”, puede uno concluir. La afirmación no es errada. Pero hay otros números que no se pueden ocultar, ni disfrazar. Son los que confirman la precariedad del empleo que se ha registrado en los últimos años en la Argentina.
El análisis expuesto es muy bien sintetizado por Lozano en el trabajo que al inicio de esta crónica mencionábamos:
– «Los efectos positivos sobre el cuadro social de la recuperación de la economía son cada vez menores.
– La incorporación al empleo está dominada por la precariedad tanto contractual como de ingresos.
– En este contexto hace crisis, una vez más, la tesis del derrame del crecimiento a través de la generación de empleo. La situación vigente indica que la creación de empleo no resuelve ni el problema de la pobreza ni el de la desigualdad.”
Según el Instituto de Estudios y Formación de la CTA “es la fuerte centralización y concentración de capitales que se ha operado en la economía local, lo que explica que en un contexto de reactivación de la economía se mantengan e incluso agraven los términos de la distribución del ingreso”.
Pasando en limpio lo dicho, surge que en el esquema vigente no hay derrame significativo de las brutales diferencias de productividad y ganancias que esta cúpula empresarial obtiene ni en el sector en el que opera, ya que sus asalariados exhiben una notoria debilidad para disputar en un contexto de alto desempleo, elevada informalidad e ilegalidad para las organizaciones de trabajadores que tienen autonomía frente a las patronales, ni tampoco hacia otras actividades económicas, ya que las mismas exhiben menores tasas de ganancia.”
{{{Qué pasa con el Estado.}}}
¿Que pasaría si el Estado reasigna el superávit fiscal de otra manera? Sin lugar a dudas es el actor que debe jugar, en un país en crecimiento, para revertir la situación de injusticias analizada, que se reproduce sin fin. Por qué el Estado. Porque hoy transfiere ingresos a más de la mitad de la población activa del país y a una cuarta parte del total de la población.
Remitámonos sólo a los números que se mueven en materia de ingreso hoy en la Argentina. Los valores que se registran indican que en nuestro país hoy podrían vivir 126 millones de personas sin ser pobres. Somos 38 y cerca de la mitad son pobres. Coincidimos, el riesgo político (si es eso lo que le preocupa al actual gobierno), es limitado en los números, pero conlleva una decisión que en verdad significaría una vuelta de página (que supere lo discursivo y se encarne en la acción) al modelo instaurado por el golpe de la dictadura militar -y sus cómplices- de hace 30 años, el Estado debe decidir sobre el funcionamiento de la economía en nuestro país.