El negocio de la francesa Suez en la prestación del servicio de agua fue redondo. Desde 1993 hasta 2001 la rentabilidad de la empresa fue del 12,9 % anual, consiguiendo, desde la privatización, aumentos en las tarifas que rondan el 88,2 % según datos suministrados por FLACSO. Con 10 millones de usuarios, Aguas Argentinas dejó de prestar este servicio esencial sin darle respuesta a 3 millones de hogares sin cloacas y 1,8 millones sin agua corriente en su área de concesión.
En este marco, la reestatiza-ción iniciada desde el gobierno nacional es valiente y necesaria. Más fuerte aún si ponemos en la mesa las presiones y desplantes del gobierno francés (el presidente Jacques Chirac decidió sacar a nuestro país de los destinos de una futura gira por Latinoamérica).
Pero, ¿a quién eligió Kirchner para ponerse al frente de este proceso? Acá las confirmaciones dejan el terreno de la duda para, directamente, provocar miedo. Carlos Ben es el elegido para ocupar la jefatura de la empresa estatal, el mismo que se desempeñaba como director adjunto de Aguas Argentinas, dígase Suez, dígase la empresa privada. El mismo que ocupó, durante la privatiza-ción, la Dirección de Relaciones Institucionales, de Asuntos Jurídicos y de Planificación.
Empieza a resonar en nuestros oídos, esa música maravillosa que constituyeron las palabras del ministro De Vido cuando, en conferencia de prensa, anuncia la decisión del gobierno de rescindirle el contrato a Suez y acusaba a la privatizada de envenenar a pibes con nitrato, de no cumplir con las inversiones, de falsear balances.
La pregunta es, ¿Carlos Ben no tuvo nada que ver en esos procesos, para que se lo premie con la conducción de la etapa estatal de un recurso estratégico como el agua?
Pero eso no es todo. En los nuevos tiempos del agua en la Argentina, el hombre fuerte tiene otro nombre y apellido. Es Juan Carlos Lingieri, el secretario general de los Trabajadores del Agua. Gordo entre los gordos y un abanderado del sindicalismo empresarial. El mismo que no tuvo empacho en asegurar (consultado por el periodista Ernesto Tenembaum en Radio Mitre, hace unas semanas, a horas de confirmar la rescinción) que, en los 90, los llamó el ministro Roberto Dromi (máximo operador de las privatizaciones de los servicios públicos) “y nos pidió apoyo. Tuvimos que elegir subirnos al tren o quedarnos en el andén con el pañuelito”. Claro, se subió al tren, festejó y entregó. Ahora se sube al tren de la estatización y los interrogantes se multiplican: ¿seguirá el festejo?
Con la reestatización del servicio del agua en la Argentina, todo indica que el proceso no va a devolver el patrimonio a manos del pueblo. Huele a más de lo mismo. A que las viejas recetas se siguen aplicando con los viejos cocineros. A que el gobierno sigue reconociendo (como lo hizo Menem en los 90) a los grupos sindicales afines a su proyecto, a los que cumplen al pie de la letra, a los que son capaces de todo con tal de estar arriba del tren.