Hace siete días se cumplieron 30 años del golpe militar que pretendió asfixiar el anhelo de justicia de un pueblo, al que se le hizo pagar con un baño de sangre la osadía de luchar para construir una nación sin oprimidos y libre de ataduras externas. Siete días después, más de 7.000 delegadas y delegados de la Central de los Trabajadores Argentinos -en representación de 1.100.000 afiliados de todo el país- unimos nuestras voces, en las que reverberan las de quienes lucharon y hoy no están con nosotros, para decir una vez más: “No nos han vencido”.
Nacimos hace 15 años, con aquel Grito de Burzaco en el que expresamos la voluntad de construir una central de trabajadores sustentada en los principios de autonomía, democracia y pluralismo. Esa fue nuestra opción de lucha, nuestra convicción, en una etapa caracterizada por la “brutal ofensiva neoliberal sobre el conjunto de los trabajadores y del pueblo”. Ofensiva con la que se intentaba saquear el Estado, aniquilar las conquistas de la clase trabajadora, concentrar la riqueza, y empujar a nuestra Nación a “una inserción subordinada al interés norteamericano en el contexto mundial”.
Desde ese momento, en el que proclamamos la necesidad de construir un nuevo modelo sindical -porque el viejo aparato “sostenido por su dependencia del poder político y su grado de complicidad con el poder económico” ya no nos representaba- hasta el estallido de diciembre de 2001, transcurrieron 10 largos años de lucha. Toda una década de resistencia en la que fuimos una de las fundamentales expresiones organizadas de los trabajadores que daba batalla al avasallamiento que, desde las esferas del poder, se pretendía mostrar como la consecuencia natural del inexorable movimiento de las leyes del mercado.
La caída del gobierno aliancista y la etapa que le sucedió, signada por un interregno de grandes movilizaciones sociales y el estallido del modelo económico basado en la convertibilidad, dieron paso a una inédita situación en la que aparecen dos elementos nuevos. Por un lado, la pérdida de consenso de grandes sectores de la población en torno a las políticas neoliberales; y por otro, la ruptura de una lógica de gobernabilidad basada en la alineación automática detrás de las políticas dictadas por Washington. Fuimos los trabajadores y el movimiento popular los que hicimos añicos el oprobioso modelo de las “relaciones carnales” con el imperialismo yanqui.
También los pueblos hermanos de Nuestra América -como la llamaba José Martí-, a través de distintos caminos, han abierto cauce a los nuevos tiempos que hoy protagonizamos y que tuvieron una expresión contundente, justamente aquí, en esta Mar del Plata de la III Cumbre de los Pueblos que mostró al mundo a una multitud marchando detrás de la consigna “No al ALCA, Fuera Bush, Sí a la Patria Grande latinoamericana”.
Necesitamos construir una senda común que, a pesar de las diferencias, las contradicciones y las tensiones, como las que hoy se suscitan con nuestros hermanos uruguayos, germine en un entramado regional que permita disputar espacios de autonomía frente al gigante del Norte. Hoy pugnan por abrirse paso en la región gobiernos que, con distinta graduación, representan un punto de inflexión respecto de la tradición política que los antecedió. Prueba de ello, lo constituye el hecho de que el inmoral hostigamiento contra Cuba por parte de la Casa Blanca y su elenco de presidentes títeres, exhibe, por vez primera, un alentador cuadro de debilidad en nuestro continente.
Pero no es menos cierto que el neoliberalismo, en términos económicos, mantiene intacta su presencia en todas nuestras naciones. Su poderío, en el que se entrelazan las corporaciones locales y multinacionales con una suerte de supra-gobierno fáctico (FMI, BM, G7 y sus alianzas militares) pretende imponer su dominio sobre los destinos del mundo, desconociendo las soberanías de las naciones y la propia voluntad de los pueblos que las habitan. Ellos no quieren cambios. Van a intentar detener a esta Latinoamérica que pugna por la igualdad y la justicia.
En este escenario de disputa, donde poderosos intereses pretenden perpetuar y profundizar la desigualdad distributiva y el sometimiento de nuestros pueblos, lo que define el sentido revolucionario de los tiempos que vivimos es si en cada lucha y en cada iniciativa avanzamos en la construcción de organización y unidad popular.
No alcanza con la preponderante presencia de las organizaciones de la CTA al frente de la mayoría de los conflictos sectoriales por la recuperación salarial. Necesitamos trascender los límites de lo sectorial y unificar las acciones en torno a la disputa por el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestro pueblo en todas sus expresiones. No podemos olvidar ni por un minuto que la desarticulación y el aislamiento de los conflictos es la llave principal de las políticas de los sectores dominantes.
Los nuevos movimientos que se expresan en la CTA -mujeres, desempleados, barriales, jubilados, juventud, ecologistas, trabajadores autogestionados, etcétera- y los tradicionales del campo sindical, debemos profundizar aún más una nueva manera de canalizar las demandas y de propender a una política que nos permita fortalecer la unidad del campo popular, buscando articulaciones horizontales que agreguen fuerzas.
Para eso hay que construir consensos sobre los ejes de más democracia, más distribución y más autonomía nacional para disputar la hegemonía política. Para esto necesitamos imperiosamente fortalecer a la CTA y articular con aquellos sectores de la sociedad que sí pueden contribuir al cambio del modelo económico impuesto por el neoliberalismo.
En la presente etapa, debemos formularnos el desafío de construir prácticas que nos permitan avanzar en la disputa por el consenso social para transformar las demandas de la clase trabajadora en políticas públicas, que apuntalen otro modelo distributivo de la renta y de los bienes sociales, como la educación y la salud. Para esto necesitamos una política cuyo eje orientador siga siendo el ejercicio pleno de la autonomía, entendida como la voluntad de construir poder propio poniendo en práctica nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos el qué y el cómo.
Tenemos que ser capaces de pelear por nuestros recursos naturales, por los derechos de nuestros chicos, por nuestros ancianos, por cada uno de los trabajadores empleados y desempleados. Por ello reafirmamos que la histórica disputa entre Pueblo y grupos económicos, Patria o colonia, tiene hoy como escenario todo el país y todo el continente.
Argentina es de ellos o es nuestra. Latinoamérica es de ellos con hambre y miseria o es nuestra con trabajo, justicia y soberanía.
Es por eso que este Congreso Nacional de Delegados de la CTA resuelve convocar a una Jornada Nacional de Movilización para el próximo 20 de abril, “por la igualdad, dignidad, trabajo y la soberanía”.
Y cerramos con la impronta de nuestro Germán querido: “Es preferible intentar un camino autónomo, independiente, propio, que al principio será tan doloroso como el otro, quizá, pero al final será nuestro. Estamos construyendo la nueva sociedad”.