“Mi papá fue el socio número 40 del Sindicato, cuando yo entré a Agua y Energía”, recuerda Clarita sobre Raúl Íbalo, quien fue Jefe de Distribución de la zona puerto y estuvo a cargo de la electrificación de la costa, desde la central “9 de Julio” hasta Miramar, cuando la política de la empresa estatal Agua y Energía era la de llevar la energía a todas partes.
Por medio de la Bolsa de Trabajo del sindicato, Clarita ingresó a la misma empresa en1963 y se jubiló en 2001. “Me desarrollé en todas las áreas. Entré como secretaria de la Jefatura de Recaudaciones y pasé por todos los sectores. También trabajé en el Área Comercial, en el antiguo edificio Diagonal Pueyrredon”, aclara. Los últimos años de trabajo transcurrieron en el archivo de EDEA, en Juncal y Belgrano, “un lugar de lo más inhóspito, adonde nos transfirieron para que no molestáramos. Pero me gustaba, era muy tranquilo.”
“Me acuerdo que en el año 1970, Agua y Energía tenía un superávit de 7 mil millones de pesos. Ahora, a mí no me pueden contar que una empresa de energía dé pérdida. Y que se puede trabajar con 300 empleados de planta permanente, cuando se dijo que teníamos que ser 683”, sostiene la jubilada, confrontando los hechos al discurso que anteponen las empresas de energía, ante la insolente búsqueda de la más alta rentabilidad, a costas del desempleo y la precarización. “Antes teníamos una buena cantidad de personal. La Bolsa de Trabajo funcionaba muy bien. Éramos 1200 y tantos”, continúa.
{{{Militando en el sindicato.}}}
Ingresó al gremio por su padre y su permanencia en éste atravesó distintas conducciones. “Desde que yo estoy pasaron varios secretarios generales: Antonio Sánchez, Erlindo Montes de Oca, Isas Arias, y otros. Con José (Rigane), llegamos al summum de la historia del sindicato. Es un gran luchador. Yo soy muy metida y nunca encontré la apertura que encontré en la conducción de José”, enfatiza. “Tengo muy buenos recuerdos de la gente del sindicato. Nunca te preguntaban si sos así o asá, ni de dónde venís. ‘Querés trabajar, vení’, decían. “Muchos piensan a qué voy a meterme en el sindicato, pero acá no hay límite”, dice Clara.
Trabajando con las mujeres, en el marco del Encuentro Nacional de Mujeres la compañera logró nacionalizar el conflicto por la privatización de ESEBA.
“No seamos ni activistas ni pacifistas, seamos protagonistas. Eso les decía a las chicas, mis compañeras. Así logramos instaurar el conflicto. Bajar a Hugo Flombaum, que fue lo más importante que hicimos en ese momento”, rememora. El entonces presidente de ESEBA S.A. fue un hombre de Eduardo Duhalde que se ufanaba de estar a cargo de la parte física del convencimiento de la gente en el proceso de privatización, con códigos mafiosos, por supuesto. Montados en una soberbia tal que los hacía creer que iban a estar allí a perpetuidad, los muy allegados al gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
Mientras tanto, en su recuerdo están las marchas, carpas frente a la Municipalidad y la Catedral, huelgas de hambre y sentadas. “Cuando miro los videos, en mi casa, tengo que sacarlos porque me pongo a llorar. Digo ‘¿esto hicimos?’. Hace poco me encontré a una compañera acá y me dijo ‘seguimos enarbolando la bandera que dejaste’. Eso me emocionó mucho’”, reflexiona.
“Nosotras éramos muy guerreras. Entraba un jefe y le decíamos ‘¿qué te pasa?’. Que nos miraran mal era motivo suficiente para increparlos. No les dejábamos pasar una”, dice Clara, y comenta que las trabajadoras, hoy, “no tienen las mismas ganas de luchar”.
{{{La relación con los “carneros”.}}}
Clarita analiza, a la distancia, la forma de actuar de sus compañeros en momentos en que las circunstancias conminaban a comprometerse en la defensa de las fuentes laborales. “La mayoría de mis compañeros ‘carneros’ actuaron por miedo. Está a la vista que, si luego se han afiliado, es porque actuaban por miedo.”
En cambio, recuerda a los que deliberadamente actuaron en contra de la causa defendida por el gremio: “había gente, como la señora de Cóppola (actual secretario general de Luz y Fuerza General Pueyrredon), que nos buscaba, nos provocaba. Y en todos los órdenes, por supuesto, hay gente que actuaba sin convencimiento, que decía una cosa y actuaba de manera diferente”.
“Yo -agrega- le decía siempre al compañero del Área Comercial, Botales ‘cuando ustedes les vayan a pedir algo, los van traicionar, como a todos’ ”.
Y analiza el rol de algunos que, oponiéndose a la dirigencia de esta organización, nunca representaron una alternativa. “He trabajado con gente como Carlos Medina o Ferrari, que estaba en Almacenes. Los veía ponerse como oponentes a una lista de Rigane y pensaba ‘¿y qué va a hacer éste en el gremio?, si no hacían bien su trabajo. Una que los veía manejarse y decía ‘¿este te va a defender?’”, cuestiona.
{{{La clave del apoyo de la Iglesia.}}}
Integrante de la Orden Franciscana y participante del área de Promoción Humana de la Iglesia, Clarita es una mujer preocupada por el respeto de los derechos humanos en todos los órdenes sociales. “Las cosas que me movilizaban eran la falta de solidaridad de la empresa con los compañeros y también el hecho de que las riquezas están mal repartidas”.
Clara Íbalo fue el nexo entre el gremio y la Iglesia de Mar del Plata y los obispos que tuvo la ciudad. “Algunos se han solidarizado bastante con nosotros. Lo buscábamos a Monseñor Arancedo, que era nuestro mediador. Teníamos un conflicto y lo sacábamos de donde estuviera. Le decíamos ‘Monseñor, nos echaron 23 compañeros, venga’ y el venía. Nunca dijo ‘no me molestes más’”, explica.
“Arancedo era, ante la Conferencia Episcopal Argentina, el encargado de las Relaciones Humanas. Obviamente, tenía que dedicarse un poco a esto. Y además él es un hombre comprometido”, confirma Íbalo.
{{{Un cura vasco en la lucha lucifuercista.}}}
“El se jugó por nosotros, realmente. En una oportunidad, cuando se tomó la administración de la ESEBA, la policía estaba dispuesta a reprimir duro. A mí me preguntaron qué se podía hacer para detenerlos y yo, que pertenezco a la Parroquia de Nueva Pompeya, le dije al párroco: ‘necesito un cura’, me preguntaron para qué y les dije ‘no importa para qué, necesito un cura con alba y sotana’. ‘Que vaya Patxi’, dijeron, y ahí lo trajimos, con Daniel Cuenca”, cuenta.
Entre risas, Clarita cuenta que llegando junto a Patxi, “con su gorrita de vasco”, Cuenca y ella le comentaron la cuestión y él respondió: “¡a mi juego me llamaron!”. Ya en el lugar, vieron venir a personal de la gendarmería y le dijeron al padre: “Patxi, empezá a revestirte porque parece ser que no hay buenos vientos”. “Se revistió, se subió a unas escalinatas y empezó a leer pasajes del Evangelio y cuando la policía lo vio no podía creer que hayamos llevado un cura y se tuvieron que guardar todo”, rememora.
“Al terminar, le dieron el micrófono a Patxi y dijo: ‘no los voy a llamar ni hermanos ni amigos. Les voy a decir compañeros’. Un personaje que la tenía muy clara”, asegura.
{{{RECUERDO.
_ En los momentos difíciles.}}}
“Atravesé un coma 4 y estuve internada 45 días en terapia. Quiero expresar mi agradecimiento al sindicato por la preocupación que demostró en cada momento de mi internación: le brindaron todo a mi padre, lo llevaban y traían, estuvieron cada vez que lo necesitó. Y su agradecimiento quedó pendiente.”
El recuerdo de Fausto Reyna.
“’Cómo le va compañerita’, me decía Don Fausto cada vez que me veía”, recuerda Clarita Íbalo con gran emoción. “Lo amaba mucho. ¡Con una dulzura tocaba la guitarra y cantaba!..”, agrega la compañera jubilada.
Y remarca: “A veces me pongo a pensar en aquellas épocas en que eran tan amigos él y mi padre, y me enorgullezco de haber pertenecido al gremio, al que vengo como si fuera mi casa. Me siento parte y me enorgullece”.