{{{Aranciaga somos todos}}}
Resulta que el trabajador despedido es alguien muy parecido al resto. Eso también cierra con el planteo del terror. Del despido sin causa y apuntando a todos los trabajadores. Como ejemplo, como manifestación de fuerza, de impunidad y de aleccionamien-to. La empresa no puede aceptar que un empleado con cargo se afilie a nuestra organización. Primero lo sanciona, lo degrada, lo descalifica, y luego lo deja cesante sin más explicación que la que esgrime esta nota con Gustavo Aranciaga, tomada durante una de las marchas, mientras caminábamos con él junto a los otros compañeros.
“Tengo 47 años, trabajo desde el año 90, tengo un matrimonio con tres hijos. De 19, 17, y 13 años. Y arranqué trabajando en Bahía Blanca hasta el año 95, en que tuve la oportunidad de trasladarme hasta Mar del Plata, y me trasladé. Viví el proceso de privatización, experimenté algunos ascensos en la época de los ingleses. Llegué a ocupar posiciones de gerenciamiento y a partir de algunas diferencias con la actual jefatura, comencé a sufrir un período de sistemática degradación funcional. Que desembocó en terminar atendiendo al público en Miramar. Sin que esto signifique un menoscabo de la tarea, pero sí lo marco como el proceso entre tener 300 personas a cargo, y que me lleven hasta ese puesto nuevamente.
A partir de mi decisión de afiliarme, todo se puso mucho más claro, yo antes coincidía con algunas de las ideas del sindicato y ya me iban pasando algunas cosas en mi trabajo, pero, a partir de mi afiliación, se intensificaron esas medidas y yo creo que queda claro que la degradación fue una represalia por mi afiliación, la persecución que termina en este despido sin causa.
Yo me afilié en febrero de 2005. Y de ahí para acá, pasé de ser jefe de departamento, con las delegaciones de Miramar, Lobería y Chávez a mi cargo, a estar en el escalón más bajo posible. Fue una consecuencia directa.”
{{Ver también: Apuntan contra todos y les ponemos el pecho}}