{{“Creo que tenía 16, 17 años. Estaba trabajando en el Tuyú, venía a buscar el pan a la panadería que era la única en la zona. Acá estaba empezando la cooperativa, y yo tenía un amigo que trabajaba en uno de los galpones, en un galpón grande, y me hizo señas, me dijo ‘vení a tomar unos mates’. Y él trabajaba adentro; hacía crucetas, armaban aisladores, armábamos las líneas, preparábamos los palos, hasta las grampas se le armaban a los palos. Y después al otro día salíamos a colocar…” o sea que empezó tomando mates con los amigos que trabajaban allí. Aprendió el oficio muy rápido, y enseguida se transformó en un compañero más.
“Y también nos tocaba tirar las líneas, dos cables, así que cuando llegaba la luz al fondo, llegaba muy poquito, llegarían 110, de 220 que sacaba la máquina, ni transformadores había…”}}
‘El fondo’, como le dice Francisco, eran en realidad unas 30 cuadras. Es que Santa Teresita fue creciendo a medida que los servicios fueron llegando, así que el crecimiento de la cooperativa eléctrica fue fundamental y ambos resultaron contemporáneos.
Francisco Luna, casado, padre de 3 hijos, también reconoce que su vida familiar se constituyó en torno al trabajo. “Porque yo empecé con los Panone, él fue el primero que me trajo a esta zona a bajar médanos, y este señor tenía una hija, y bueno.. En ese tiempo no había por acá muchas mujeres tampoco, era mucho hombres, porque era una zona sólo de trabajo, pero yo mientras trabajaba, le fui conociendo la hija, y bueno…”
Además, dos de sus hijos también se formaron en el oficio, y se incorporaron a la empresa.
{{{“Íbamos haciendo y lo íbamos aprendiendo todo.”}}}
“Después trajeron capacitores, de a poco fueron armando. Y cuando había materiales armados, salíamos con los caballos, con las cinchas y arrastrábamos los palos, de tiro llevábamos de a un palo, o de a dos a veces. Les hablo del año 50, 52. Después conseguimos una rastra, o sea que juntábamos los palos, les tirábamos una chapa arriba y ahí llevábamos el resto de los materiales. Casi no había tiempo para formarnos. Lo íbamos haciendo mientras lo íbamos aprendiendo. Yo fui haciendo y fui aprendiendo.. ¡si yo vine del campo, no sabía ni cómo agarrar el cable!”
Respecto de las condiciones de trabajo, Luna recuerda que “no había columnas, eran palmeras y eucaliptos. Y los parábamos a mano, con aparejo. No había grúas, ni camiones, ni máquinas. Los pozos eran todo una complicación, con los médanos y la arena. Si bien era para nosotros normal el esfuerzo, estábamos acostumbrados a poner el cuerpo para el trabajo, no nos gustaba nada hacer pozos. Escarba y escarbaba y la arena se metía de nuevo. Hasta que nos pusimos baquianos, le encontramos la forma, cavábamos de costado, le metíamos una chapa y ahí conteníamos la arena, y de atrás le mandábamos el palo y sacábamos la chapa para tapar el pozo.
{{{Uno para todo…}}}
El adagio habla de que la unión hace la fuerza y reza que ‘todos para uno y uno para todos’. Pero Luna lo aprendió diferente. Hubo jornadas en las que él era toda la cooperativa. “Me mandaban a veces solo a tirar líneas. Como era empleado de un contratista, venía este hombre y me decía. Bueno andáte por aquella calle, y llevá los palos y tiramos estos cables. Entonces cargaba los palos, las líneas, me agarraba el caballo y salía. El patrón me decía ‘son terrenos firmes ahí’. ¡Qué mier…!, entonces conocidos míos, o amigos que me iba encontrando en la calle, me terminaban ayudando a parar los palos.”
{{{El campamento.}}}
“La compañía llegó en esos años, no mucho antes. Ahí vinieron los camiones, creo que era la compañía de Freire, de los Freire. Empezaron a hacer el trazado, la fueron ‘unquillando’, había que plantar el unquillo para que se fijaran los médanos y ayudar a marcar el trazado. Y después se pusieron a bajar médanos, en eso yo también trabajé, bajando médanos, que era un gran trabajo. Así fue naciendo el pueblo y, junto con el pueblo, la cooperativa. Los médanos eran un gran problema. Había que buscar las calles más bajas para ir, evitar tener que subir y bajar los médanos, acortar las distancias. Porque para tirar los cables no había máquinas, teníamos que tirarlos a mano.
{{{La Usina.}}}
“Éramos 3 en la usina. Al motor lo hacíamos arrancar a la noche, para dar luz a la noche, algunas horas. Trabajamos con el primer motor que hubo en el pueblo cuando sólo se podía dar electricidad desde determinada hora, y hasta alguna hora determinada. Era de 5, 6 a 11, y en invierno era otro horario. Los que querían más luz venían a pedir, pero no les daban. Después vino otro motor y ahí se mejoró. Pero el primero que había era un motor tipo Mercedes, grande, bastante grande. Éramos 3, porque cada uno cubría un turno, o sea que había una persona cuidando el motor, por turno, y entre los tres ocupábamos todo el día. Es que al principio era eso, unas poquitas líneas. La más larga llegaba a unas doce cuadras, después se fueron agregando otras.”
{{{Fiesta con luz de Luna.}}}
Suena romántico. Pero en realidad tiene que ver con algunas ‘concesiones’. Como Francisco describe, el horario en que se prestaba el servicio eléctrico era estricto. Un poco para repartir equitativamente la electricidad, otro poco para cuidar los motores. Pero siempre hubo alguna excepción. Una noche, su contratista lo dejó en su puesto, yéndose a una fiesta, con la consigna de apagar el motor a la hora de siempre, y anunciándole que le irían a pedir una extensión, que la otorgara por única vez. “Pero parece que la fiesta estaba buena, porque al rato vino él mismo a decir que le dejáramos otro rato. Y me dijo: si alguien más viene, deciles que no, que no hay más luz. Ahora, si querés darles un poco más, una media hora más, por cuenta tuya, bueno, fijate. Dales un rato más, que después te compenso con algunos días de vacaciones.”
{{{Todo el día.}}}
“Yo trabajaba todo el día. Era contratado por Peralta, empecé para limpiar los motores, para atender los motores. Yo vivía allí, era un poco el casero. Empezaba a las 7 de la mañana, armando los palos y los cables, o colocando, o tirando líneas. A las 5 de la tarde nos poníamos con los motores. Se ponían a andar los motores hasta que se apagaban. Y después era un poco el casero, dormía en un altillo que había en la usina. Igual, el horario de trabajo estaba estipulado”.
{{{
La empresa ahora.}}}
La mirada de Luna sobre esos tiempos y los actuales, desde adentro siempre, permite encontrarnos con otra ratificación: la prestación del servicio, la relación entre los trabajadores y con sus patrones, y entre la empresa, social o netamente comercial, no fue siempre la misma. Es imprescindible, a la hora de analizar la involución que implicaron las privatizaciones, contemplar esto. “Acá todos tenían la luz. Y como eran socios, no les cobraban cualquier precio por el servicio. Se puede decir que la cooperativa nunca había andado tan bien como cuando vino la empresa.”
“La empresa ha perdido lo que tenía como cooperativa, perdió la conducción, cuando era cooperativa había otra relación con la gente, con el pueblo. Pero me acuerdo que cuando se nos tenía que reconocer la antigüedad, el Gremio logró que se nos reconociera eso y entonces nos dijeron que a cada uno nos iba a tocar 500 acciones. Quinientas a mí y otras a mi hermano. Pero el tiempo pasó, la cooperativa pasó a la empresa y de las acciones no vimos nada nunca.
{{{La organización gremial.}}}
“Cuando nos empezó a representar el Sindicato, empezamos a tener beneficios. Y nos venían a visitar, a preguntar cómo andábamos, o a viajar nosotros a las reuniones para apoyar otros reclamos. Acá reclamos no hubo muchos.
Recuerdo uno, con el tema de los aportes de jubilación. A mí siempre me hicieron los descuentos desde que empecé hasta que llegó DEBA, pero no estaban en ningún lado. Ahí también se metió el Gremio, para que nos apareciera eso que no estaba en ningún lado.
Después de eso estuve en ESEBA, hasta que en 1991 me jubilé”.