Aquella mañana del 18 de septiembre de 2006, la noticia sorprendió a muchos y también la inconfesable sospecha de que López quizá no estaría más. Claro, López, no es uno más… es un sobreviviente de los años más duros y vergonzosos de la Argentina, y vaya el valor agregado de su testimonio al resultar clave en el primer juicio luego de la derogación de las leyes de Punto final y Obediencia debida, del cual resultaría la condena a Etchecolatz… López también iba a ser testigo en dos juicios similares, pero la bestialidad que parecía haber quedado en el pasado, de repente surgió, dejando al desnudo que todavía hay mucha bestia suelta, y mostrando a una sociedad lamentable y fuertemente atemperada, que las barbaries no quedaron en el pasado, y que la leyenda del ¨Nunca Más¨ no es tal.
Indigna la indiferencia de los gobernantes de turno, avergüenza la falta de condena y da escalofríos cuando usan a las víctimas del terror para limpiar su imagen o sumar votos.
No se puede aceptar como algo corriente la indiferencia. Indiferencia que nace desde una sociedad que no presiona, que no acompaña activamente, ya que con el pasar de los días todo se olvida, o lo que es peor: se recuerda como algo al pasar… Es cínico y de hipócritas negar los secuestros, las torturas, las muertes y seguir como si nada. Y peor aún, es incomprensible que el gobierno, con un discurso “progre” de juicio y castigo, no actúe teniendo la posibilidad concreta para que se conozca la verdad.
Da asco que el gobierno, después de perder la pulseada con la gente del campo, sólo haya dado la orden de que en cada penal de la Argentina se acondicione un pabellón para aquellos que resulten condenados por delitos de lesa humanidad. Pero si no se investiga y no se encuentra a los que mandaron matar, si no se denuncia y no se busca a quienes ejecutaron los secuestros, las torturas y las muertes, si éstos todavía habitan entre nosotros, ¿para qué condenados se preparan estos pabellones? Pabellones que, por otro lado, tienen una seguridad media y donde todavía son llamados señores y donde aún se los llama por su rango, pabellones donde por ejemplo el Von Wernich sigue oficiando misa y vistiendo sotana. Lamentable para algunos, vergüenza ajena para otros…
Cuando delitos de semejante aberración quedan impunes no podemos sorprendernos que nos vuelen embajadas, asociaciones, que nos liquiden las riquezas de nuestro suelo. No podemos pedir ser respetados como ciudadanos. Si no se exige a nuestros gobernantes castigo para quienes libremente matan, roban, secuestran, torturan y se adueñan de nuestros hijos, se termina por ser cómplice de quienes dan las órdenes, ejecutan, y también, de quienes dan la espalda y muestran desinterés por buscar la verdad.
Las organizaciones que mes a mes caminaron hacia La Plata y el justo reclamo, plasmado en las distintas presentaciones judiciales, tristemente no son acompañadas masivamente por los organismos cercanos al gobierno, entonces, en la tranquilidad que da la impunidad, si los asesinos no son perseguidos para enjuiciarlos y después llevarlos a prisión, no podemos rasgarnos las vestiduras cuando no hay condena para quienes descaradamente saquean, roban y defenestran una nación rica en el más amplio sentido.
Si la muerte no tiene condena, ni sospechosos, ni implicados, si nada se sabe y nadie de los que podrían presionar lo hacen, ¿cómo se hace el duelo?, ¿Cómo se impide que esto ocurra nuevamente?..
Son muy pocos los que hoy presionan para que esta desaparición sea esclarecida, para que se sepa la verdad. Y son muchos (gobernantes a la cabeza) los que dejan el suelo fértil para que crímenes como este sigan ocurriendo. Mas allá de la ideología de cada uno, la Justicia debe ser una sola y como tal debemos exigirla a través del compromiso y la participación activa, teniendo presente que si no se enjuicia, castiga y condena, esto vuelve inevitablemente a suceder. No se debe permitir la indolencia estatal en cuestiones de vital trascendencia, porque esto es cómplice del papel represor que juegan las instituciones armadas y de seguridad, de un Poder Judicial que muestra que no está a la altura de los acontecimientos cuando adolece de una ausencia total de políticas serias de protección a testigos. Sería bueno recordar que un pueblo entero, cuando quiso, se hizo escuchar y lanzó por los techos a un presidente en el 2001. Sería reconfortante poder ver a un pueblo que exige justicia a sus gobernantes. Sería justo ver a aquellos que están en el poder, comprometidos seriamente con la búsqueda de la verdad.
Nada puede estar en su sitio en un país sin memoria, sin justicia y que no quiere hacerse cargo de su historia, donde el poder de turno con sus actitudes, encubre y demuestra que el aparato represor del pasado sigue intacto en la mano de obra que dejó a esta “democradura”.
En vísperas de cumplirse dos años de la desaparición de Julio López, las cosas no siguen igual, están peor porque nuestros gobernantes miran a otro costado y la sociedad parece cubierta por un manto de triste indiferencia que ya empieza a llamarse olvido. Y que más tarde -ya irremediablemente tarde- podría llamarse volver a morir.