“Yo si pudiera me iba”, aseguró un tachero. “No hay información de nada, si vamos a poder trabajar por toda la ciudad, si los pibes van a poder ir al colegio, quiénes van a realizar el censo a las personas que viven dentro de la zona de exclusión, cuál va a ser la zona, pareciera que estamos organizando un asado, donde vienen unos amigos del exterior.”
Atrás parece quedar la instalación mediática local que entusiasmaba a hoteleros, comerciantes, concejales e intendente.
Un relevamiento realizado por una consultora indica que más del 70 por ciento de los marplatenses cree que la Cumbre no va a servir de mucho y repudia la presencia del presidente de EEUU, George W. Bush.
Mientras tanto, los medios van trabajando en otra instalación. La de la ciudad sitiada que busca justificar los 12 mil hombres de seguridad que habrá en Mar del Plata en esos días. “Túneles secretos, espías disfrazados, francotiradores apostados en las torres más altas, vecinos censados por la policía, obreros por todas partes (sic) y mucho, mucho miedo”, escribía Carlos Savoia, enviado especial del diario Clarín, en un informe de investigación (Clarín, 31 de julio de 2005).
Ninguna de las instalaciones de los medios locales y nacionales, la de la de los comerciantes felices esperando hacer explotar sus arcas, ni la de la ciudad en peligro, nos permiten ver la verdadera fotografía de la Cumbre.
“Por su puesto que Mar del Plata será una ciudad sitiada”, aseguró Héctor De la Cueva, dirigente social mexicano, uno de los organizadores de la Cumbre de los Pueblos. “Lo fue Quebec en el 2.001 (donde se realizó la última Cumbre de los Presidentes). Y allí los presidentes estaban encerrados en una muralla, en la altura. Pero las fuerzas de seguridad fueron tan extremis-tas con su plan de seguridad, que se asegura que se arrojó una granada lacrimógena por minuto. Hasta los presidentes lloraron”, dijo De la Cueva.
Si a las afirmaciones del dirigente social mexicano las ubicamos en un contexto donde los atentados del terrorismo islámico (con los hechos ocurridos en Londres y en Egipto) parecen entrar en un espiral sin retorno contra la política imperialista de los EEUU y sus aliados en Medio Oriente; todo parece servido para el sueño de militarización de Bush (ese que los medios de comunicación tradicionales se olvidan) no sólo para los tres días de la Cumbre, sino para el futuro de América. A nadie tendría que sorprender que una de las conclusiones de la Cumbre de los Presidentes sea que no hay posibilidad de creación de trabajo, eliminación de la pobreza o fortalecimiento de la democracia (los leimotiv de esta cumbre), sin la destrucción de este nuevo enemigo: el terrorismo. “Y al terrorismo hay que enfrentarlo con sus mismas armas”, no se inmutaron en coincidir, poco después del atentado en Londres, el primer ministro Blair y el presidente Bush. ¿Y cómo se elimina para EEUU este nuevo enemigo en América?: militarizando la región, con la instalación de bases militares norteamericanas en todo el territorio, uno de los objetivos de los EEUU en el relanzamiento de esta Cumbre de las Américas en Miami en 1994 (iniciativa que también garantizaría la otra intención, imponer un área de libre comercio desde Alaska a Tierra del Fuego).
Desde la lógica más elemental, cualquier persona puede concluir que la violencia siempre (y la historia es testigo) ha engendrado más violencia. La expansión sin límites del modelo bélico que se consolidó con la Guerra del Golfo, no ha arrojado otras víctimas que ciudadanos civiles.
La violencia del libre comercio no ha ido a la zaga. El NAFTA, el experimento del ALCA, mutó sus promesas en desocupación, precarización laboral y sueldos deprimidos.
No es posible hablar de trabajo, de eliminación de la pobreza, de fortalecimiento de la democracia, sin la participación de los pueblos en ese debate. Las organizaciones sociales e instituciones ciudadanas que le brindaron oxígeno a la democracia en sus momentos de agonía. Sólo hay que remontarse a diciembre del 2.001 para darse cuenta. “La gente ya no espera gran cosa de los políticos, no por lo que ve de corrupción e inoperancia, sino porque se han dado cuenta que no tienen poder para cambiar las cosas”, dice el ex secretario de Cultura, Torcuato Di Tella. También por que se ha dado cuenta que fue ella, desde su organización y participación, la que ha logrado cambios graduales.
No es posible hablar de seguridad desde la militarización. Los hechos lo certifican, la seguridad no se logra militarizando, sino a partir del desarme de las grandes potencias, la soberanía e integración de los pueblos y la solidaridad.
{{¿Y para qué sirve la Cumbre?}}
Para que desde la participación, la denuncia y la acción, sigamos demostrando que desde el pie se puede seguir construyendo.