Si dijéramos que la historia se empeña en vincular al Día del Trabajador con la muerte sería un error. Somos nosotros los que estrechamos ambas cosas. Los que tomamos en su origen un hecho trágico, reivindicativo y fundacional, pero al fin fatal, para arrancar, en nuestro propio homenaje, una fecha.
Entonces un grupo de trabajadores son ahorcados por reclamar condiciones dignas, y los transformamos en precursores de esta reivindicación. Y a veces pareciera que necesitamos que sucedan hechos similares para sensibilizarnos, para reaccionar, para movilizarnos, para luchar.
Entonces un obrero de la construcción muere bajo escombros derrumbados por negligencia, por desidia, por imprudencia e irresponsabilidad empresaria, estatal y profesional, con la reiterada complicidad de la burocracia sindical. Y algunos salen a lavar sus manos ante el pueblo, mientras otros exigimos que cada uno se haga cargo, ante la evidencia irreparable de la muerte.
Cuando el trabajo debería vincularnos a la vida. Cuando deberíamos convencernos de que perder el trabajo es ya perder la vida, y luchar por condiciones que lo dignifiquen es apenas un deber moral ineludible de todos los hombres y mujeres, sea cual fuere el rol que tengamos en la sociedad. Y que la muerte no debería caber entre las posibilidades, ni siquiera en las cuentas de los que se enriquecen a partir de la explotación más irracional de otras personas.
Hoy pensamos en Juan Antonio Riquelme (de Mar del Plata), en Carlos Fuentealba (de Neuquén), en Jorge López (secuestrado), y los traemos al presente. Y lo que nos sensibiliza, lo que nos lleva a movilizarnos, a organizarnos, debe ser siempre la vida, para no tener que actuar con las condiciones puestas por la muerte.
Y como está claro que si pedimos trabajo nos dan muerte, entonces sigamos luchando, para garantizar el derecho a la vida, con trabajo y salario digno.
{{¡VIVA EL 1º DE MAYO!
¡VIVA LA CLASE OBRERA!
¡POR LA LIBRE AUTODETERMINACIÓN DE LOS PUEBLOS!}}
{{La Comisión Directiva}}