Así lo vivió y me lo escribió una amiga sicóloga que trabaja en un hospital de Buenos Aires, pocas horas después del 20 de diciembre de 2001, las traigo a colación porque a mi entender caracterizan el espíritu de aquellos sucesos y, a la vez, indican el renacimiento de un pueblo.
Poniendo fin a años de impotencia y humillación, el desbordamiento popular echó por tierra toda la racionalidad organizada hasta el momento. Las movilizaciones populares en las ciudades del interior, en el propio Buenos Aires, Gran Buenos Aires y en Provincia, rompieron todo pronóstico. La población porteña, en particular, superó sus propias marcas, saliendo a las calles y llenando la Plaza de Mayo, exigiendo, primero, la renuncia de Cavallo y luego, la del entonces Presidente de la Nación. Rompiendo todo pronóstico político, en pocas horas, el pueblo argentino metabolizó años de resistencia militante y la tradujo en bronca colectiva imparable que organizada y autoconvocada, confluyó en las calles mezclándose con la fuerza de la espontaneidad colectiva; el contagio fue inmediato y creciente. Irrumpiendo en el escenario político nacional el pueblo experimentaba su poder y volvía a sentirse libre y capaz de definir el rumbo del país; con firmeza, aunque con la fragilidad de su escasa y fragmentada organización y la casi nula orientación político-programática de su accionar, volvía a ser protagonista. (…)