El plan para salvar la economía griega elaborado e impuesto por las potencias de la UE y el Fondo Monetario Internacional (FMI) tiene como finalidad hacer recaer el peso de la crisis sobre las clases populares, a la vez que chantajear al pueblo griego para que permita el avance de la ofensiva liberalizadora del gran capital.
A través de un brutal ajuste que incluye congelación de salarios, rebaja de jubilaciones, reducción del gasto social y de las inversiones públicas, el plan de la UE y el FMI hará que sea el propio pueblo griego quien asuma el costo de una fiesta a la que no estuvo invitado.
Pero como dijimos anteriormente, la crisis es utilizada también como chantaje para que el pueblo griego acepte las medidas de privatización y liberalización de sectores tales como los de transportes y energía y de flexibilización de las normas laborales impulsadas, bajo la amenaza de caer en bancarrota y recesión con consecuencias gravísimas e imprevisibles.
Una de las enseñanzas que nos deja la crisis griega, en especial a los argentinos, es que nos permite ver la verdadera naturaleza del FMI. En momentos en que el Gobierno argentino aspira a normalizar sus relaciones con el FMI para de esa manera permitir al Estado y a las empresas privadas acceder a préstamos externos más baratos (o sea, contraer más deuda externa), el caso griego nos muestra que esa institución financiera sigue siendo, pese a su enorme responsabilidad en la crisis internacional y a las promesas de su reforma, el instrumento privilegiado de las potencias capitalistas desarrolladas y sus trasnacionales para avanzar en su ofensiva sobre los pueblos. Muy lejos está el FMI de haber siquiera hecho una mínima autocrítica luego del estallido de la crisis capitalista mundial.
Como siempre, el límite a la ofensiva del capital estará dado por la movilización popular. Pero la única salida a la crisis es la movilización social que se encolumne detrás de un proyecto anticapitalista que tenga como meta la satisfacción de los derechos humanos fundamentales de nuestros pueblos, en armonía con la naturaleza.
Porque ser anticapitalista, hoy, no sólo es una posición ética o moral frente a las enormes injusticias que este sistema de producción capitalista genera, sino que también es una postura esencial de supervivencia frente a los desastres ecológicos que el mismo provoca y que amenazan nuestra existencia como especie.